Algunas vivencias del maestro Braulio Salazar que escribí para un libro. Las pongo hoy con su foto y uno de sus cuadros melancólicos
ASOMBROS Y PESADILLAS
Apenas se apaga la tarde empieza a sudar sin haber realizado ningún esfuerzo físico. Se toca la frente y es como si palpara a otra persona: casi rechaza la sensación de esa húmeda frialdad. Sabe que a continuación comenzará a formarse una especie de aparato que va sustituyendo el paisaje. Tiene conciencia de que se trata de un delirio o de una pesadilla, porque está enfermo y los medicamentos que le han recetado producen reacciones variadas. El aparato crece, se mueve, se construye y desarma a sí mismo. Es como hecho con cubos negros, un rompecabezas en el aire que se convierte en muro. De la misma manera que llega se va, se esfuma. Y siente la garganta seca. Ya no le asusta tanto la aparición como al principio. Inclusive, la espera porque le interesa el modo en que se va transformando en una composición, aunque es abstracta.
Más fuerte le resultó una pesadilla que tuvo con Juan el Bautista. En medio de una fiebre que le derretía el cuello, las piernas, las axilas, los huesos, vio al hombre de sonrisa irónica y mirada enardecida. Tenía un dedo mostrando hacia arriba pero no veía en esa dirección: lo miraba directamente a él, como si tuviera algo que ver con el extraño asunto. Braulio le dijo “sé quién eres” y Juan el Bautista le hizo una señal poco santa.
“Después me reí de la pesadilla, porque entendí de dónde venía. Cuando uno sabe de dónde vienen los sueños, en dónde se originan, entonces no son los sueños esos que te causan asombro, que muestran a gente que uno nunca ha conocido y paisajes que jamás ha visto”.
Se explicó la pesadilla cuando recordó la historia del almanaque. La llama sencillamente así porque se inició el día que le regalaron un almanaque. Le gusta coleccionar paisajes, retratos, rostros. Y los almanaques siempre traen figuras o imágenes que luego le sirven para experimentar y buscar datos relacionados con su eterna inquietud: la composición.
Una mañana entró a una ferretería donde lo proveían de óleos y trementina y se quedó asombrado ante un almanaque recién colgado en la pared. Era nuevo, no lo había visto, y anunciaba ya el año siguiente, aunque faltaban dos meses para diciembre. El dueño del almacén, quien le tenía mucho aprecio, vio su reacción y le dijo “te regalaré uno. Acaban de llegar”. Era un almanaque que le hacía publicidad a una fábrica de cerámicas y reproducía una obra de Leonardo Da Vinci que no era la Mona Lisa: esta pieza no la conocía Braulio. Se trataba de San Juan el Bautista, quien aparecía señalando el cielo con una mano, pero con el rostro viendo hacia adelante y con una sonrisa que ya él conocía: era la misma cara de La Gioconda.
A ningún cliente de ese comercio le hubiese llamado la atención tal cuadro, pero Braulio ya había acumulado mucha información respecto al arte y tenía un ojo escrutador y una memoria fotográfica. Aun pareciéndose levemente a La Gioconda, aquel personaje era interesante. Pero se parecía mucho y eso era algo digno de reflexión. Luego supo que el modelo había sido un amante muy querido de Leonardo Da Vinci “y yo en esas vainas no me meto”. Lo que era realmente interesante para Braulio era aquella calidad del retrato, aquella expresión irreverente. A Braulio le impresionaban los retratos y lo que ellos expresaban en realidad. Lo que significaban.
-Leonardo pintó ese cuadro mucho tiempo después que pintó el de la Mona Lisa. A lo mejor quiso decir “este hombre es la Mona Lisa” o seguramente tenía la obsesión de ese rostro y lo repitió- dijo para sí mismo.
El asunto es que se asombró con algo y Braulio siempre agradecía el asombro. La maravilla.
El primer asombro impactante que lo hizo reaccionar respecto al arte, ocurrió cuando conoció en persona una obra de Arturo Michelena. Y de ahí pasó a ver obras de Herrera Toro, Cristóbal Rojas y otros autores que pintaban lo más cercanamente parecido a la realidad. Un viejo pintor que lo vio muy emocionado ante una pieza de Cristóbal Rojas, le dijo “Hay libros de arte donde puedes ver las grandes obras que ha pintado el talento más destacado de la humanidad”.
Sintió deseos de conocer la obra de Arturo Michelena, porque desde niño decían “Braulio será otro Michelena”, “Es como Arturo Michelena” y así sucesivamente.
Luego buscó todos los libros de arte que había en las librerías y se llenó de conocimientos y de inquietudes viendo obras desde el medioevo, el renacimiento, hasta pasar por todos los logros registrados posteriormente.
Rafael, Miguel Ángel, el Giotto, el Greco, Boticelli, Rembrandt, el Bosco, los pintores flamencos más trascendentes, Velázquez, Goya, Picasso, Braque, Cezanne, Van Gogh, los impresionistas, los surrealistas, todos: los detalló en revistas y en libros de arte y cuando pudo ver alguno en un museo hizo el esfuerzo.
Braulio fue estudiante y escuela de manera simultánea. Enseñaba y aprendía en el mismo instante. No se detenía jamás cuando deseaba realizar algo que le parecía importante y por eso fue pionero en Valencia como docente de las artes plásticas. Juan Calzadilla escribió el gran libro sobre Braulio y en uno de sus capítulos dice:
"Antes del taller libre de Caracas fundado en 1948, que dirigió Alirio Oramas, ya existía en Valencia la escuela libre fundada por Braulio Salazar. El éxito de esta escuela fue el resultado del esfuerzo unipersonal de Braulio, pues las limitaciones presupuestarias le obligaban a realizar todo el trabajo de orientación de sus alumnos brindándole la oportunidad de demostrar su método. Método muchas veces comunicado por Braulio cuando revivía esta experiencia única en Venezuela. En síntesis, no puede enseñarse sino lo que se sabe, pero tampoco más de lo que ya sabe el alumno:
Una de las cosas más importantes de la educación, no es enseñar que dos y dos son cuatro, sino la forma cómo se transmite ese conocimiento.
Lo principal en la enseñanza, artística, ha dicho también, es propiciar que el alumno se enamore de las cosas, del oficio, de la vocación. Lo demás lo encontrará en la realidad diaria, en los libros, todo lo cual forma parte de los hábitos que condicionan la vida del artista."
LA MELANCOLÍA
Obviamente la niebla del olvido ha cubierto transitoriamente sus logros. Pero hubo años y más años en que sus obras eran un tesoro para los ojos y la sensibilidad de los espectadores. Fascinaban sus figuras enmarcadas en paisajes cuyos colores se multiplicaban minuciosamente hasta construir una atmósfera, un discurso visual.
De la minuciosidad con que trabajó sus paisajes y sus atmósferas se han esbozado opiniones muchas veces acertadas o bien fundamentadas, y todas llegan a la conclusión de que Braulio Salazar tenía la virtud del poeta, pero usando colores en vez de palabras.
En cuanto a sus figuras femeninas, dulces, melancólicas, a veces tristes, que imprimen cierto desasosiego a cada tema, él mismo dio una explicación hace tiempo, con su sinceridad de caballero de otro siglo:
"Mi madre enfermó cuando yo era muy joven. Enfermó a consecuencia de un parto que le provocó, en una época en que no se practicaban transfusiones de sangre, una anemia perniciosa. Se tornó profundamente melancólica y se encerró en sí misma. Hay un recuerdo que persiste en mi pintura, y es la imagen de una mujer melancólica."
En una entrevista que le hicieron en el año 1970 en El Nacional, Braulio declaró algo que expresó muy bien su estilo, su punto de vista:
“Sigo después de muchos años mi método habitual. A veces paso hasta un mes sin dar una pincelada. Luego puede asaltarme el deseo imprevisto de pintar y entonces ni ganas tengo de dar clases. Y como lo he hecho toda la vida, mis figuras no corresponden a modelos fijos. En un café, en una esquina, en una clase, observo un rostro, un gesto, lo grabo en mi mente y luego lo traslado al lienzo. Esencialmente me interesan los rostros femeninos”.
Eugenio Montejo |
CON MONTEJO
Eran días luminosos y festivos, cuando se encontraba con el poeta Eugenio Montejo. Se alegraba como si se reencontrara con un hijo. No se daban con frecuencia esas ocasiones porque hubo una temporada en que la diplomacia copó el tiempo del poeta, pero era fijo: al llegar a Valencia, Eugenio lo llamaba y almorzaban o cenaban juntos en algún restaurante. Entonces se dedicaban a un ejercicio que ambos amaban y saboreaban: conversar sobre la Valencia de otros tiempos y recordar a las amistades que se hallaban regadas por el país y por el mundo.
El poeta Eugenio Montejo era uno de sus amigos más queridos. Lo leía y lo admiraba. En la exposición de la Galería Universitaria, en Valencia año 1982, el catálogo muestra una presentación de Montejo. Braulio le había dicho: “siempre he creído que mi pintura está cerca de la poesía, es decir, que por inclinación natural de mi sensibilidad, tiende a identificarse con cierta celebración poética del mundo”.
Él leía la poesía de Montejo y la meditaba mientras pasaba su cotidianidad frente a una tela. Sentía deseos de pintar esas palabras. Nunca fue fácil.
Eugenio escrutaba lo poético en la pintura de Braulio Salazar: “en pocos pintores nuestros, se advierte una indagación tan minuciosa del paso de las horas, de la vivencia de lo figurativo. Quizás por ello la figura humana y en especial el retrato, le ha merecido siempre una atención privilegiada. El mismo desvelo por rescatar lo efímero de las cosas que podemos mirar, acaso lo lleve a crear esas atmósferas de melancolía que enmarcan sus paisajes. Un lirismo, como podemos apreciar, no sólo de motivos sino también de sutiles momentos de visión”.
Braulio declaraba poco, pero cuando lo hacía dejaba en el ambiente frases muy significativas.
“Me critican que todavía hago pintura de caballete, pero esa es la que yo siento. No me he quedado en ninguna parte, sólo que no me he ido hacia lo que no es figurativo, porque esa es mi manera de proyectarme. Dentro de la abstracción no puedo hacer nada, porque le huyo a lo que amo.”
A veces Eugenio le tocaba ese punto: “Leí que dijiste algo sobre tal cosa”. Y se pegaban a conversar.
“Definitivamente, me resisto a ser un pintor de moda. Mi obra es mi obra y es lo que hago, esté bien o mal. Hay pintores que se quitan el paltó y se ponen otro, y dejan de pintar una cosa por otra. Son insinceros. Uno es lo que es. Hace pintura para proyectarla a los demás. Y punto.”
Braulio decía que los hospitales son tristes pero los cementerios le apasionaban porque “tienen vida y amor”. Y entonces se explayaba explicándolo: “esos hermosos árboles que crecen, las amapolas, los gusanos amarillos, la belleza de las esculturas de las tumbas. Yo paso ratos amenos cuando voy al viejo cementerio de Valencia. Es que amo a la naturaleza más que a cualquier cosa”.
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
Leer de madrugada. Simple ejercicio de Libertad. Leer como quien toma agua
ResponderEliminarGracias por estás publicaciones.
Muchas gracias a ti por tus lecturas de nuestro blog Reyna Varela. Ten un día bueno.
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